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¿CÓMO PUEDO CONVERTIRME EN LA MUJER EN QUIEN SUEÑO?


"Son criaturas de divinidad; son hijas del Todopoderoso. Su potencial es ilimitado y su futuro es magnífico, si toman las riendas del mismo."

-Gordon B. Hinckley-


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Gracias por ese bello
himno. Gracias por sus
oraciones; gracias por su fe;
gracias por lo que son. Mujeres
jóvenes de la Iglesia, muchas
gracias. Y gracias a ustedes,
hermana Nadauld, hermana
Thomas y hermana Larsen, por
los maravillosos discursos que
han dado a estas jovencitas esta
noche.
¡Qué panorama tan maravilloso son ustedes en
este gran recinto. Hay otros cientos de miles reunidas
en todo el mundo; nos escucharán en más de una
veintena de idiomas; nuestros discursos serán
traducidos a sus idiomas nativos.
Es una responsabilidad formidable el dirigirme a
ustedes, pero al mismo tiempo es una tremenda
oportunidad. Suplico la dirección del Espíritu, el Espíritu
Santo, sobre el cual hemos escuchado tanto esta noche.
Aunque provienen de diversas nacionalidades, todas
forman parte de una gran familia. Son hijas de Dios; son
miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Últimos Días. En su juventud hablan del futuro, el cual
es brillante y lleno de promesa; hablan de esperanza, fe y
logros; hablan de bondad, amor y paz; hablan de un
mundo mejor que el que jamás hayamos conocido.
Son criaturas de divinidad; son hijas del
Todopoderoso. Su potencial es ilimitado y su futuro es
magnífico, si toman las riendas del mismo. No permitan
que su vida vaya sin rumbo de manera infructuosa e
inútil.
El otro día alguien me obsequió un ejemplar del
anuario de mi escuela de enseñanza media. Parecería
que cuando la gente se cansa de los libros viejos, me
los mandan a mí. Pasé una hora hojeándolo y viendo
las fotografías de mis amigos de hace 73 años que
conformaban la clase de 1928.
La mayoría de los que aparecen en ese anuario ya
han vivido sus vidas y han dejado de existir. Algunos
de ellos parecen haber vivido sin ningún propósito,
mientras que otros vivieron llevando a cabo grandes
logros.
He contemplado el rostro de los muchachos que
eran mis amigos y compañeros; una vez estuvieron
llenos de vigor; eran brillantes y llenos de energía.
Ahora, los que quedan están arrugados y son lentos
para caminar. Sus vidas aún tienen razón de ser, pero
no tienen la vitalidad que una vez tuvieron. En ese
antiguo anuario contemplé el rostro de las chicas que
conocí; muchas de ellas ya han fallecido, y el resto
vive en las sombras de la vida; pero aún siguen
siendo hermosas y fascinantes.
Mis pensamientos se remontan a esos jóvenes y
jovencitas de mi juventud, a la época en que se
encuentran ustedes ahora. En su mayor parte, éramos
un grupo feliz; disfrutábamos de la vida. Creo que
teníamos aspiraciones. La siniestra y terrible
depresión económica que cubrió la tierra no ocurriría
hasta dentro de otro año; 1928 fue una época de
elevadas esperanzas y sueños de esplendor.
En nuestros momentos de quietud todos éramos
soñadores: los muchachos soñaban en montañas aún
sin conquistar y carreras aún por vivir; las muchachas
soñaban en convertirse en la clase de mujer que la
mayoría de ellas veía en su madre.
Al meditar en eso, he decidido titular mi discurso
para esta noche: “¿Cómo puedo convertirme en la
mujer en quien sueño?”.
Hace algunos meses me dirigí a ustedes y a los
jóvenes de la Iglesia. Sugerí seis puntos importantes
que debían llevar a la práctica. ¿Podríamos decirlos
juntos? Intentémoslo: Sean agradecidos, sean
inteligentes, sean limpios, sean verídicos, sean
humildes, sean dedicados a la oración.
No tengo ni la menor duda de que esos modelos
de conducta resultarán en éxito, felicidad y paz. Se
los vuelvo a recomendar, con la promesa de que si los
ponen en práctica, sus vidas serán fructíferas y de
mucho bien. Yo creo que tendrán éxito en sus
empeños. Conforme vayan madurando, estoy seguro
de que ustedes mirarán hacia atrás con
agradecimiento por el modo en que eligieron vivir.
Esta noche, al dirigirme a ustedes, jovencitas,
quisiera mencionar algunas de esas mismas cosas, sin
repetir las mismas palabras. Valen la pena repetirse, y
otra vez se las recomiendo.
En el anuario que he mencionado aparece la
fotografía de una jovencita; era inteligente, optimista
y bella. Era una persona encantadora. Para ella, la
vida podía resumirse en una sola palabra: diversión.
Ella salía con los muchachos y desperdiciaba los días y
las noches bailando, estudiando poco, pero no
demasiado, lo suficiente para sacar calificaciones que le
permitieran graduarse. Se casó con un muchacho igual
que ella. El alcohol se apoderó de su vida; no podía vivir
sin él; era su esclava. Su cuerpo sucumbió a sus efectos
nocivos. Tristemente, su vida se esfumó sin lograr nada.
En ese anuario está la fotografía de otra jovencita. No
era particularmente bella, pero tenía una imagen sana y
saludable, una chispa en la mirada y una sonrisa en el
rostro. Ella sabía por qué estaba en la escuela; estaba allí
para aprender. Ella soñaba en la clase de mujer que
deseaba ser y modeló su vida de acuerdo con ello.
También sabía cómo divertirse, pero sabía cuándo
dejar de hacerlo y concentrarse en otras cosas.
En ese tiempo había un joven en la escuela que
provenía de un pueblito rural; era de escasos recursos;
llevaba el almuerzo en una bolsa de papel y daba la
apariencia de ser un poco como la granja de la cual
provenía. No tenía nada en especial que fuera apuesto o
atractivo; era buen estudiante; se había fijado una meta;
era una meta elevada y, a veces, parecía casi imposible
de alcanzar.
Esos dos jóvenes se enamoraron. La gente decía:
“¿Qué ve él en ella?” o, “¿Qué ve ella en él?”. Cada uno
vio algo maravilloso que nadie más captó.
Se casaron al graduarse de la universidad;
economizaron y trabajaron; el dinero era muy escaso. Él
continuó estudios de posgrado; ella continuó trabajando
por un tiempo; luego llegaron los hijos y ella les dedicó
su atención.
Hace algunos años, regresaba yo en avión de un viaje
al este del país. Era ya tarde; caminaba por el pasillo en
la penumbra y advertí a una mujer que dormía con la
cabeza recostada en el hombro de su esposo. Ella
despertó cuando yo me acercaba. Inmediatamente
reconocí a la muchacha que había conocido en la escuela
secundaria hacía tanto tiempo. Reconocí al muchacho
que también había conocido; ambos entraban en sus años
de vejez. Al conversar, ella mencionó que sus hijos ya
eran mayores y que ya los habían hecho abuelos. Con
orgullo me dijo que regresaban del Este donde él había
ido a presentar una disertación académica. Allí, en una
gran convención, había recibido los honores de sus
compañeros de profesión de todo el país.
Me enteré que habían sido activos en la Iglesia,
prestando servicio en cualquier puesto al que fueran
llamados. Según todas las indicaciones, eran personas de
éxito; habían logrado las metas que se habían fijado.
Habían recibido honores y respeto, y habían hecho una
contribución formidable a la sociedad de la cual
formaban parte. Ella se había convertido en la mujer que
había soñado ser e incluso había excedido ese sueño.
Al volver a mi asiento en el avión, pensé en las dos
jóvenes de las que les he hablado esta noche. La vida de
una de ellas había quedado comprendida en la palabra
“diversión”; una vida sin ton ni son, sin estabilidad, sin
una contribución a la sociedad, sin ambición. Había
acabado en sufrimiento y dolor, y una muerte prematura.
La vida de la otra había sido difícil; había
significado economizar y ahorrar; había significado
trabajar y luchar para seguir adelante; había
significado comida sencilla y ropa simple y un
apartamento muy modesto durante los años del
esfuerzo inicial del esposo por empezar su profesión.
Pero de ese terreno, al parecer estéril, había crecido
una planta, sí, dos plantas, una al lado de la otra, que
florecieron y dieron fruto en forma bella y
maravillosa.
Esa hermosa pareja en flor era una manifestación
del servicio al prójimo, de la generosidad mutua, del
amor, el respeto y la fe en el compañero propio, de la
felicidad conforme satisfacían las necesidades de los
demás en las diversas actividades en las que
participaban.
Al meditar en la conversación que había sostenido
con ellos, tomé la determinación en mi interior de
esforzarme un poco más, de ser un poco más
dedicado, de fijarme metas un poco más elevadas, de
amar a mi esposa con un poco más de intensidad, de
ayudarla, atesorarla y cuidarla.
De modo que, mis queridas y jóvenes amigas,
siento el deseo ferviente, sincero y ansioso de
decirles algo esta noche que les ayude a convertirse
en la mujer que sueñan llegar a ser.
Para empezar, deben ser puras, porque la
inmoralidad arruinará sus vidas y les dejará una
cicatriz que nunca podrán borrar. Sus vidas deben
tener un propósito. Estamos aquí para lograr algo,
para favorecer a la sociedad con nuestros talentos y
nuestro conocimiento. Puede haber diversión, sí, pero
se debe reconocer el hecho de que la vida es seria, de
que los riesgos son grandes, pero que ustedes pueden
superarlos si se disciplinan a sí mismas y buscan la
infalible fortaleza del Señor.
Permítanme asegurarles que si ustedes han
cometido un error, si han sido partícipes de
comportamiento inmoral, no significa que todo esté
perdido. Es posible que el recuerdo de ese error
persista en la memoria, pero el hecho puede ser
perdonado y ustedes pueden sobreponerse al pasado
para llevar vidas plenamente aceptables ante el Señor
si se han arrepentido. Él ha prometido que les
perdonará sus pecados y no los recordará más en su
contra (véase D. y C. 58:42).
Él ha establecido un mecanismo que consiste de
padres y líderes de la Iglesia serviciales para que les
ayuden en sus dificultades. Ustedes pueden dejar
atrás cualquier maldad en la que hayan tomado parte;
pueden seguir adelante con una renovación de
esperanza y de aceptación hacia un estilo de vida
mucho mejor.
Pero aún quedarán cicatrices. La mejor manera, la
única manera, es que eviten caer en la trampa de la
maldad. El presidente George Albert Smith solía
decir: “Permanezcan en la línea del lado del Señor”
(Sharing the Gospel with Others, sel. Preston Nibley,
1948, pág. 42). Ustedes llevan en su interior instintos
poderosos y terriblemente persuasivos que a veces las
impulsan a ceder y a “irse de juerga”. No deben hacerlo;
no pueden hacerlo. Ustedes son hijas de Dios con
tremendo potencial. Él espera grandes cosas de ustedes,
al igual que otras personas. No deben ceder ni por un
minuto; no sucumban al impulso. Debe haber disciplina,
fuerte e inflexible. Huyan de la tentación, al igual que
José huyó de las artimañas de la esposa de Potifar.
No hay nada más maravilloso en este mundo que la
virtud; ésta resplandece sin mancha; es preciosa y bella;
es de valor incalculable; no se puede comprar ni vender;
es el fruto del autodominio.
Jovencitas, ustedes pasan mucho tiempo pensando en
los muchachos; pueden divertirse con ellos, pero nunca
sobrepasen la línea de la virtud. Cualquier joven que las
invite, las anime o les exija a participar en cualquier
clase de comportamiento sexual no es digno de su
compañía. Deséchenlo antes de que la vida de ustedes y
la de él queden en la ruina. Si ustedes pueden
disciplinarse de esa manera, se sentirán agradecidas por
el resto de su vida. La mayoría de ustedes se casará y su
matrimonio será mucho más feliz al haberse refrenado en
su juventud. Serán dignas de ir a la Casa del Señor; no
hay sustituto adecuado para esa formidable bendición. El
Señor nos ha dado una maravillosa orden; Él dijo:
“. . .deja que la virtud engalane tus pensamientos
incesantemente” (D. y C. 121:45). Esa orden se convierte
en un mandamiento que se debe observar con diligencia
y disciplina, y a ella la acompaña la promesa de
bendiciones extraordinarias y admirables. Él les ha dicho
a los que viven con virtud: “. . .entonces tu confianza se
fortalecerá en la presencia de Dios. . .
“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu
cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu
dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido
fluirá hacia ti para siempre jamás” (D. y C. 121: 45–46).
¿Podría haber una promesa más sublime y hermosa
que ésta?
Encuentren propósito en su vida. Elijan las cosas que
les gustaría hacer y edúquense a fin de ser eficaces en su
empeño por lograrlas. Para la mayoría es muy difícil
escoger una vocación. Ustedes tienen la esperanza de que
se casarán y de que todo quedará arreglado. En estos
tiempos, una jovencita necesita estudios formales;
necesita los medios a través de los cuales pueda ganarse
la vida en caso de encontrarse en una situación en donde
tenga que hacerlo por necesidad.
Estudien sus opciones; oren con fervor al Señor para
que las guíe; luego, prosigan su curso con determinación.
La gama entera de oportunidades está a la disposición
de la mujer; no hay nada que ustedes no puedan hacer si
se esfuerzan por lograrlo. En el sueño de la mujer que
quisieran llegar a ser podrían incluir la imagen de una
que esté preparada para servir a la sociedad y hacer una
importante contribución al mundo del cual forma parte.
El otro día estuve en el hospital unas cuantas horas.
Me familiaricé con mi alegre y experta enfermera; era la
clase de mujer que ustedes podrían soñar llegar a ser.
Desde que era pequeña, decidió que quería ser
enfermera. Recibió los estudios necesarios para
encontrarse entre las mejores en ese ramo; se esforzó
en su vocación y llegó a convertirse en experta en
ella. Decidió que deseaba servir una misión y lo hizo;
se casó, tiene tres hijos, ahora trabaja las horas que
ella desea. Tan grande es la demanda por personas
con esas aptitudes que ella casi puede hacer lo que le
plazca. Trabaja en la Iglesia; tiene un matrimonio
sólido; lleva una vida cómoda. Ella es la clase de
mujer en la que ustedes podrían soñar convertirse a
medida que ven hacia el futuro.
Para ustedes, mis queridas jóvenes amigas, las
oportunidades no tienen límite. Ustedes pueden
sobresalir en todo respecto; pueden ser las mejores;
no hay razón para que sean inferiores. Respétense a sí
mismas; no se tengan autoconmiseración. No piensen
en las cosas malas que otros puedan decir de ustedes,
y sobre todo, no pongan atención a lo que algún
muchacho pueda decir de ustedes para denigrarlas. Él
no es mejor que ustedes. De hecho, él se ha rebajado
a sí mismo con sus acciones. Perfeccionen y refinen
los talentos que el Señor les ha dado. Sigan adelante
en la vida con una mirada optimista y una sonrisa,
pero con un grandioso y firme propósito en su
corazón. Amen la vida y busquen sus oportunidades,
y siempre sean fieles a la Iglesia.
Nunca olviden que vinieron a la tierra como
progenie del divino Padre, con una porción de
divinidad en su estructura genética. El Señor no las
envió a la tierra a fracasar; Él no les dio la vida para
que la malgastaran; Él les concedió el don de la vida
terrenal a fin de que obtuviesen experiencia --
experiencia positiva, maravillosa y con propósito--
que conducirá a la vida eterna. Él les ha concedido
esta gloriosa Iglesia, Su Iglesia, para guiarlas y dirigirlas,
para darles la oportunidad de progresar y de pasar por
experiencias, para enseñarles, guiarles y animarles, para
bendecirlas con el matrimonio eterno, para sellar sobre
ustedes un convenio entre ustedes y Él, convenio que
hará de ustedes Sus hijas escogidas, a quienes Él mirará
con amor y con un deseo de ayudar. Que Dios las
bendiga rica y abundantemente, mis queridas y jóvenes
amigas, Sus hijas maravillosas.
Naturalmente, habrá problemas a lo largo del camino;
habrá dificultades que superar, pero no durarán para
siempre. Él no las abandonará.
Cuando te abrumen penas y dolor,cuando tentaciones rujan con furor,ve tus bendiciones; cuenta y veráscuántas bendiciones de Jesús tendrás. . .9o te desanimes do el mal está,y si no desmayas, Dios te guardará.Ve tus bendiciones y de El tendrásen tu vida gran consolación y paz.(“Cuenta tus bendiciones”, Himnos, Nº 157.)
Vean lo positivo. Sepan que Él las protege, que Él
escucha sus oraciones y las contestará, que Él las ama y
que les manifestará ese amor. Déjense guiar por el
Espíritu en todo lo que hagan a medida que se esfuerzan
por convertirse en la clase de mujer que sueñan llegar a
ser. Pueden hacerlo. Tendrán amigas y seres queridos
para ayudarlas, y Dios las bendecirá a medida que se
esfuercen en su curso. Ésta, jovencitas, es mi humilde
promesa y humilde oración en favor de ustedes, en el
nombre del Señor Jesucristo. Amén.






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