“La maternidad, por lo tanto, se convierte en un llamamiento sublime, una dedicación sagrada para llevar a cabo los planes del Señor, una consagración a la crianza y educación del cuerpo, la mente y el espíritu de los que guardaron su primer estado y vinieron a la tierra a vivir el segundo estado, ‘para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare’ (Abraham 3:25).
La tarea de las madres es ayudarles a guardar su segundo estado y ‘a quienes guarden su segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás’ (Abraham 3:26).
“Este divino cuidado maternal sólo pueden dispensarlo las madres. No puede delegarse a otros. Las niñeras no pueden hacerlo; las guarderías públicas tampoco; las empleadas domésticas tampoco; sólo las madres, con la ayuda de las amorosas manos de los padres y de los hermanos, pueden dar de lleno este cuidado constante”.
“La madre que delega a otros el cuidado de sus hijos para hacer trabajos no maternales así sea por dinero, fama o por servir a la comunidad, debe recordar que el hijo que se abandona ‘avergonzará a su madre’ (Proverbios 29:15). En esta época, el Señor ha dicho que a menos que los padres enseñen a los hijos las doctrinas de la Iglesia ‘el pecado será sobre la cabeza de los padres’ (D. y C. 68:25).
“La maternidad se acerca a lo divino. Es el servicio más sublime y más sagrado que podemos llevar a cabo. Coloca a la mujer que honra su sagrado llamamiento y servicio a la altura de los ángeles”
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